Mi primer tatuaje: una pluma y un micrófono, símbolos de periodismo
Me enfrenté a temibles agujas que pigmentaron mi piel. Superé el nervio y ahora mi antebrazo se ve mejor que nunca.
Desde que era pequeño siempre me habían llamado la atención los tatuajes. Muchas veces observaba a mis hermanos (por parte de padre) que tenían en su cuerpo dibujos tales como dragones y tribales, y por mi mente pasaba la idea de tener uno algún día de mi vida. Pero no podía, primero era un niño, y segundo mis padres podían echarme de la casa.
El tiempo iba pasando, me gradué del colegio, cumplí 18 años, terminé mi carrera profesional con 21, pero aún así no podía tatuarme porque debía cumplir con las directrices de la casa, que imponían mi papá y mi mamá. Cero tatuajes.
Sin embargo, ya tenía en mente el tatuaje que me iba hacer, no en ese momento, pero si algún día. Era un micrófono y una pluma estilográfica como símbolo de lo que he hecho en el periodismo, la radio y prensa escrita.
Un día de septiembre decidí ir a cotizar el tatuaje. En esta ocasión ya no residía con mis padres, esa fue una de las razones para poder hacerme el dibujo permanente en mi cuerpo. Le había comentado a mi mujer, la futura madre de mi hija, pero ella es del estilo de mis papás. Me decía que me sacara esa idea de la cabeza. Pero esta vez fui en contra de la corriente.
No sabía a donde ir, pero muchos colegas me contaron que había un tatuador, y era el mejor de Barranquilla. Su nombre es Gustavo Paternina Sánchez. Muchos no sabrán quién es, pero si digo Tavo Paternina, el de los ojos azules sabrán de quien hablo.
Comencé a indagar para ver quién era, en sus redes sociales sube a diario varias fotos del arte que hace en los cuerpos de sus clientes. Sus diseños eran originales y no dudé en dirigirme a su local.
En la calle 76 con carrera 42F, diagonal a la Universidad Metropolitana, queda su pequeño mundo, afuera dice Evolution Tattoo. Cuando entré, observé imágenes de tatuajes pegadas en la pared, y en el otro costado calaveras y un computador en el que prepara sus diseños.
Le dije: ¿Tavo? Enseguida levantó su cabeza, y me dijo: si a la orden hermano, mientras me miraba con sus ojos tatuados de azul. Me presenté diciéndole soy William Vargas mucho gusto, vengo a cotizar un tatuaje.
Y cordialmente respondió: con gusto.
Le conté lo que quería tatuarme y le gustó la idea, enseguida me hizo una cita en su ocupada agenda, y me dijo en una semana nos vemos. Salí del local pensando en mis papás y en mi mujer porque ellos no querían que me hiciera un tatuaje.
Al llegar a la casa, le conté a Sandra Marcela (mi mujer) que me iba hacer el tatuaje y que ya no había marcha atrás, porque me había comprometido. Me respondió: "No me gustan los tatuajes, pero igual es tu decisión".
Desde ese momento contaba los días, hasta que por fin llegó. Esa madrugada antes de salir a trabajar, Sandra me dijo que me iba acompañar, quería estar presente en ese momento. Y me pareció maravilloso que estuviera allí conmigo.
Llegó la noche, tenía la cita a las 6 de la tarde, pero la congestión vehicular hizo que llegará a las 7 de la noche. Llegué acompañado de Sandra y Mery la fotógrafa de ZonaCero, quien me apoyó a cada momento con esta loca idea. Tavo me dijo pensé que no ibas a venir, y le respondí "casi no vengo, estoy asustado", y me eché a reír.
Mientras estaba en su computador haciendo el diseño que le había dicho, íbamos dialogando. El me hablaba de su vida, y me preguntaba sobre las noticias que había escrito ese día, quizás para hacerme olvidar del susto.
Gustavo Paternina Sánchez, tiene 28 años, de los cuales lleva 6 en este oficio, es auxiliar de enfermería. Los diseños plasmados en los cuerpos de sus clientes lo han llevado a ubicarse en el ranking de los mejores de Barranquilla.
Su aspecto raro, de ojos tatuados de azul, bifurcación de lengua y sus 43 tatuajes, le han servido mucho para darse a conocer en este mundo.
Al igual que conmigo, su padre no quería que se tatuara, pero aquí cambiaba la historia. Su mamá (QEPD) fue quien le prestó el dinero para que se hiciera su primer tatuaje, a la edad de 18 años.
Tavo no recuerda cuántos tatuajes ha realizado durante los años que lleva en esto, pero hicimos un cálculo (no tan exacto) y estimamos unos 7 mil. Ha tatuado desde un dedo, hasta una nalga o un seno de una mujer, él dice que esa es la parte que mas le gusta, pero así cualquiera, hasta yo dejaría el periodismo para ponerme en sus zapatos.
Muchas veces ha sido satanizado, por su aspecto, por lo que dice que "vivimos en una sociedad bastante fuerte, muchas veces nos cuestionan, pero ya nos estamos volviendo tolerantes".
Después de dialogar, mientras terminaba el diseño, se levantó y me dijo: "Bueno William llegó la hora de sufrir un poco". Eso aumentó mi susto, pero luego se echó a reír y me calmé.
Estaba ansioso y con nervios a la vez. Tavo rasuró mi brazo pálido, luego tomó unas agujas las metió en dos máquinas, tres tapas con tintas color negro y blanco, me pegó un papel que marcó el dibujo por donde iba a trazar las líneas, se puso los guantes, prendió la máquina mientras el sonido junto a la vibración rápida de las temidas agujas aumentaba mi susto.
"Aquí vamos", dijo Tavo. Comencé a sudar, le dije que prendiera el aire acondicionado, pero tanto él, como Sandra y Mery me dijeron que hacía frío. Fue cuando me di cuenta de que el del problema era yo. El susto me había dado calor.
Para no sentir tanto el dolor, cerré los ojos, y apreté la mano de Sandra mientras sentía el primer agujazo. Cuando abrí los ojos me di cuenta que ya las agujas estaban pigmentando mi piel y el dolor no era el que esperaba, sino que era soportable.
Sin embargo, con el pasar de las horas, ya la piel estaba roja con pequeños puntos de sangre y me ardía. En varias ocasiones le pregunté a Tavo que cuánto más faltaba. Él solo se reía y en un chiste que solo entendió él, porque supuestamente es de tatuadores, dijo que faltaba el blanco.
Durante dos horas y medias hablamos, me seguía contando de este oficio, al igual que yo le contaba sobre mi trabajo. Finalmente, ya había culminado, observé mi brazo y estaba mejor que nunca. Ese era el tatuaje que siempre había querido.
Tavo enseguida sacó su celular, le tomó una foto y lanzó la expresión "Severo". Publicó la foto en sus redes sociales agradeciendo la confianza que había tenido con él, y finalizó con
#LosTatuadosSomosMás.
Ahora voy por la calle luciendo mi tatuaje, porque sé que tener un tatuaje no es sinónimo de delincuente ni de maldad. Es un arte y lo hice realidad con el mejor artista que tiene Barranquilla.
Aún sigo pensando cómo le voy a decir a mis papás, o bueno, mejor que se enteren ellos mismos cuando estén leyendo está crónica y observando mis fotos.